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5 de abril de 2023
No es necesario saber mucho sobre programas de educación para deducir que un sistema de enseñanza que es completamente presencial acarrea elevados costes tanto para las instituciones que los imparten como para los estudiantes inscritos en los mismos.
Formar presencialmente a un grupo de estudiantes puede llegar a generar una lista tan larga de costos que no alcanzaría un artículo de diez mil palabras para terminar de nombrar cada uno de ellos. Por lo tanto, nuestro objetivo con este texto no será analizar el coste de un programa presencial (que es significativamente mucho más costoso desde cualquier frente que se estudie), sino por qué un programa en modalidad blended learning o completamente virtual es, desde un punto de vista económico, más eficiente para todos.
Empecemos por la infraestructura: construir, mantener y mejorar un espacio físico requiere un presupuesto elevado que, al final, se convierte en un gasto fijo para las instituciones. ¿Salas, sillas, mesas y proyectores? Sólo los necesitarán para la parte presencial del programa, que podría estar entre el 79 % y el 30 % del tiempo. Eso significa, al menos, un ahorro de la mitad del gasto en este aspecto. ¡Y este es sólo el primer factor!
En un programa de blended learning, el papel del formador, aunque no menos importante, cambia un poco. El profesor se convierte en facilitador, y, al requerirse menos horas de enseñanza presencial, ya que el aprendizaje tiene lugar fuera del aula, el formador puede utilizar su tiempo para supervisar y facilitar el aprendizaje de un mayor número de estudiantes.
Al ser este tipo de programas más flexible en cuanto a horarios, crece de forma exponencial la posibilidad de adaptarse a las realidades del público estudiantil, pudiendo reducir la cantidad de sesiones presenciales necesarias para que cada estudiante consolide sus habilidades tanto receptivas como productivas. Como consecuencia de ello, la posibilidad de imcrementar los ingresos y diversificar la oferta de cursos aportará más beneficios al final del ejercicio financiero.
También se simplifica la gestión de los programas de formación ya que se pueden realizar completamente online. De esta manera, se minimizan los gastos personales y su gestión, por lo que los esfuerzos y horas de trabajo también disminuyen.
Se reducen en gran medida los gastos y el tiempo empleados en el desplazamiento de los profesores y usuarios (el corazón de todo programa académico), y aunque podría argumentarse que estos gastos se sustituyen por los gastos de conexión a internet y electricidad, etcétera, la realidad es que éstos probablemente ya existen en cualquier caso en un formato presencial.
Y, por último, como beneficio para la población estudiantil, las herramientas virtuales suelen ser menos costosas que los libros impresos tradicionalmente utilizados para la formación de idiomas. Un libro, que generalmente es adquirido por los estudiantes por su cuenta y se puede utilizar para un número limitado de niveles, tiene un costo de, al menos, el triple del de una plataforma virtual con contenido ilimitado y a un clic de distancia.
En conclusión, en este mundo en constante y rapidísima evolución de caminos imprevisibles, la eficiencia económica se convierte en un factor determinante a la hora de diversificar los tipos de formación.
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